3 de enero de 2008

Literatura y publicidad

El canon digital protege el bolsillo de los artistas, pero ¿quién se encarga de proteger sus obras? Rudyard Kipling cría malvas en la Abadía de Westminster mientras sus versos acompañan a Pedrosa en el último anuncio de Repsol. Los “creativos” de Young & Rubicam han recortado el texto y de un tijeretazo se han llevado por delante la firma del poeta.

Meses antes, la agencia Atlético Internacional (sic) descuartizó para Seat el Preámbulo a las instrucciones para dar cuerda al reloj, de Julio Cortázar. Desde el cementerio de Montparnasse, el escritor argentino cedió su voz para el spot, un esfuerzo psicofónico que tampoco mereció el reconocimiento expreso de los publicistas.

Las agencias de publicidad recurren a la literatura sin respetar la integridad de los textos que reproducen. A cambio de esa licencia, deberían tomarse la molestia de citar al autor y su obra. Un pequeño rótulo en el margen inferior de la pantalla sería suficiente. Así el público no caería en el error de atribuir al “creativo” lo que en realidad pertenece al literato.

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